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Jacobo, el emigrante

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Salo Grabinski

Mis padres llegaron muy pequeños a México en 1924, provenientes de la devastada Europa Oriental, él huérfano de madre por la pandemia de influenza española que mató a millones, y ella, después de que su padre pasó varios años de vendedor de estampitas y otros artículos religiosos por los pueblos de la huasteca hidalguense para obtener el pasaje de su familia.

A casi cien años de la llegada de mi familia a este país, quiero rendir un homenaje a la hospitalidad, tolerancia y mezcla de idiosincrasias que hemos vivido desde ese entonces.

Acabo de publicar una novela, obra de ficción con ciertos toques autobiográficos que retrata la vida de un joven, Jacobo lo llamé, que llega a Veracruz solo, sin dinero y desconociendo totalmente las tradiciones y costumbres de este exótico y fascinante país. No habla el idioma, ni tiene rumbo fijo, pero como tantos migrantes desde tiempos inmemoriales hasta la actualidad busca adaptarse, trabajar en lo que sea y, si el tesón y la suerte lo acompañan, lograr establecerse y echar raíces en su nueva casa.
Este libro Jacobo el emigrante, una saga familiar estará a la venta en las sucursales de las librerías Gandhi del país o en nuestras oficinas. Quiero llegar al corazón de muchas personas que viniendo de diversas regiones de la tierra e incluso de zonas marginadas de México, se establecen en lugares más benévolos donde los recibieron amablemente y los ayudaron a sanar las heridas de persecuciones, enfermedades y violencia.

Muchos hijos y nietos de estos emigrantes no estamos conscientes del enorme esfuerzo, la nostalgia y el dolor de dejar a seres queridos, amistades y trabajo del lugar donde nacieron, y embarcarse en pésimas condiciones buscando una quimera. Muchos fracasaron en su intento, regresaron y sucumbieron en una Guerra Mundial aún más trágica y cruel que cualquiera anterior. Los relatos de la gente que emigró, sus penas y esfuerzos, fracasos y el lento proceso de adaptabilidad y ajuste a un nuevo mundo son humanos, llenos de anécdotas y sufrimiento, pero también de logros y gratificaciones. Trato de describir varias facetas en esta novela ficticia. Ustedes la juzgarán.
Al leerla encontrarán, por fuerza, lugares conocidos, diversas maneras de trato a los desconocidos, las bromas y picardía típicas de nuestro pueblo y, por supuesto, la maldad e injusticia. Así es nuestro entorno.

Vamos a tener varias presentaciones del libro en la Ciudad de México empezando el 25 de febrero a las 12:00 horas en la bella Sinagoga Histórica situada en Justo Sierra 71 en el Centro Histórico, así que los invito, si pueden asistir. Posteriormente, en la librería Gandhi de Palmas, en las Lomas, el sábado 10 de marzo, a las 17:00 horas. Si no busquen el libro en Gandhi o en nuestras oficinas en Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla. o al 55529 48407.

Soy orgullosamente mexicano y mi familia también, pero mi vida y la de muchos descendientes de emigrantes consiste en una inmensa y enriquecedora mezcla de identidades, culturas e idiosincrasias que apoyan sustancialmente nuestras actividades y formas de actuar. Jacobo el emigrante, es una novela-homenaje a este país y a su pluralidad. ¡Gócenla!

Un corto resumen de mi viaje a Polonia: estuve solo en Cracovia y Varsovia, pero ambas ciudades fueron más que suficientes e intensas para mí.

Decidí no ir a Auschwitz y Birkenau porque aún sin conocerlos los tengo más que grabados en mi corazón, pero tanto en Cracovia como en Varsovia fui a varios lugares que me conmovieron y asombraron tanto por su belleza como su efecto en mí.

Empecemos con Cracovia. Esta ciudad milenaria fue el centro cultural, religioso y de gobierno de Polonia por siglos. Su Plaza Mayor es inmensa, muy bella, y la Basílica de María es un portento de arquitectura gótica. La universidad es famosa por Copérnico y la parte antigua junto al palacio real son muy bellas.

A poca distancia se encuentra el antiguo barrio judío Kasimiercs, que está renaciendo con un festival anual lleno de conciertos, sinagogas en uso y cementerios venerados por religiosos de todo el mundo. Hay una pequeña comunidad judía que sobrevivió a la guerra y con mucho esfuerzo tratan de recuperar la comida y tradiciones, incluso apoyados por parte de polacos no judíos y personas afines a la cultura, incluidas instituciones académicas. Es un experimento interesante. Estuve en un concierto en la plaza principal de este barrio y fue todo un éxito, además de los museos y templos de esa zona.

Del otro lado del río Vistula, en la zona de Podgorse, los nazis recluyeron a más de 60 mil judíos para después mandarlos a la muerte, o a trabajar como esclavos. Ahí se encuentra la fábrica que regenteaba Oscar Schindler, que se hizo famosa por la película de Steven Spielberg. En ese lugar, se instaló una exhibición sobrecogedora del periodo de la guerra en Cracovia en todos sus aspectos. Poco visitado, a escasos kilómetros hay una colina con árboles donde estuvo el campo de concentración de Plaszow, y donde existe un memorial a los alrededor de ocho mil judíos que fueron asesinados y enterrados ahí. Escalofriante el estar ahí completamente solo.

En Varsovia, totalmente reconstruida de acuerdo a los planos originales, hay hermosos parques, un museo dedicado a Federico Chopin, héroe nacional, monumentos a la resistencia, etcétera, y recientemente un espectacular museo, llamado Polin (Polonia en yidish), que describe de forma atractiva y sensible la historia del milenio en que habitaron los judíos en ese país, y su constante aporte a la vida y cultura polacas, y que ahora tratan de reconstruir después de la catástrofe. La museografía es excelente, muy didáctica; y además de algunos turistas, estaba lleno el museo de familias polacas jóvenes que no han tenido contacto directo con esa población, hoy desaparecida. Es un hermoso edificio y vale mucho la pena conocerlo.

Por razones muy personales, Varsovia me queda grabada, no tanto por la ciudad actual, moderna de amplias avenidas y relucientes rascacielos, sino por lo que por siglos fue un centro cultural de vida judía entrelazada con la música y avances científicos, pero también desafortunadamente por la ignorancia y fanatismo que provocaron violentos choques que rompían con la convivencia de siglos. Mis familiares emigraron por enfermedades como la temible influenza española, la pobreza y discriminación después de la Primera Guerra Mundial, y lograron establecerse en México, país cuya belleza y hospitalidad es ejemplo para todos.

Una experiencia tan intensa como la que viví en este viaje a Polonia es importante para no olvidar a mis ancestros, recordar la gran tragedia de la maldad humana, y esperar que todos busquemos en la tolerancia un mejor futuro, a pesar de los nubarrones que tenemos en la actualidad. No hay que olvidar y aprender del pasado para no repetirlo.

Nota: gracias por sus amables comentarios sobre mi novela, Jacobo el emigrante. La pueden encontrar en las librerías Gandhi.

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