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Riesgos al idealizar un proyecto de nación

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

El siglo XIX mexicano se caracterizó por la lucha entre distintos proyectos de nación, entre ellos, la monarquía, la república central o federal. El siglo XXI mexicano, continúa debatiéndose por distintos proyectos económicos, ya sea el de la apertura económica y libre competencia, expresado con algunas excepciones en varias de las reformas que se aceptaron este año y el proteccionista bajo un Estado interventor, regulador de la economía y de los intereses sociales, cuyos promotores no detentan el poder gubernamental para ejecutarlo.

El objetivo de este artículo, es mostrar cómo se imaginaban y promovían los republicanos del siglo XIX, esta forma de gobierno frente al sistema monárquico al que consideraban caduco e inapropiado para el nuevo país independiente y comparar lo que decían con nuestra circunstancia presente, a fin de que no se caiga en la incredulidad y desilusión de los discursos promovidos únicamente con propósitos políticos y sin que tales decisiones rieguen sus beneficios a la mayoría de la sociedad.

Entre marzo y mayo de 1822, salió un folleto en la opinión pública titulado “Sueño de un Republicano o sean reflexiones de un Anciano sobre la República Federada”. El propósito de su autor era convencer a Agustín de Iturbide de que cambiara la monarquía establecida en el Plan de Iguala por la república federal, cuyo modelo estaba presente en los Estados Unidos. Los republicanos en su mayoría eran partícipes de los argumentos que se verán adelante.

En una idealización de lo que imaginaba y creía que era la república, expresó que este sistema moderaba las fortunas que deslumbraban en la Corte, igualaba las condiciones y mantenía acordes las costumbres sencillas y las opiniones. Según el autor solo la república tenía la posibilidad de ofrecer el poder ejecutivo entre los individuos más hábiles, virtuosos y dignos “que tan terrible se haría en las manos de un monarca estúpido, vicioso e inaccesible”. La república mitigaría la diferenciación social de la clase opulenta y la pobre, porque tendía a proporcionar la igualdad de arbitrios y fortunas. En la república no se darían las disensiones, ni la falta de autoridad para evitarlas, de tal manera que desaparecerían las injusticias y la impunidad, entre otros vicios. Asimismo, la república federal sería capaz de conciliar las dificultades derivadas de la gran extensión de lo que era el territorio mexicano, facilitaría la vida de los pueblos, ya que acortaría las distancias mediante los congresos locales que se encargarían de impulsar la prosperidad de su región.

En su afán de demeritar a la monarquía, el autor expuso que esta era producto de la pompa de la corte, de los aduladores que la rodeaban. El mantenerla implicaba una gran carga para el pueblo, ya que estaba sostenida por las clases ociosas, que vivían a expensas de las laboriosas.

A la luz de nuestro presente con 146 años vividos bajo la república federal, convendría comparar si tal idealización teórica sobre la república que no fue la única en su momento se realizó en la práctica, en nuestro país. ¿Acaso los individuos más hábiles, virtuosos y dignos son quienes ocupan los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en todos los niveles de gobierno (federal, estatal y municipal)? ¿Acaso la república mitigó la diferenciación social entre la riqueza y pobreza endémica y logró un mayor equilibrio social? ¿Acaso se terminaron las disensiones, sobre todo cuando se han dado aperturas democráticas de 1910 durante la Revolución Mexicana y la del año 2000 con la alternancia del poder ejecutivo y la participación de diversos partidos en la vida política? ¿Acaso finalizaron las injusticias y la impunidad, entre otros vicios, como la inseguridad social, el abuso del poder y la corrupción?

No podemos culpar a los hombres que vivieron en el siglo XIX de lo que escribieron, ni exigirles otro tipo de discurso, cuando lo que buscaban era promover y hacer propaganda sobre su propio proyecto de nación en este caso la república. Probablemente en su afán de conseguir sus objetivos políticos, se imaginaban y creían firmemente que lo que propugnaban se iba a realizar. Sin embargo, si nos podemos basar en estas experiencias históricas para reflexionar y juzgar si todos los beneficios que se nos prometen en un proyecto político, económico o social del presente se resolverán de la manera como lo pintan sus expositores, sean las reformas política, energética, fiscal, educativa, de comunicaciones y los programas sociales para el combate a la pobreza, entre otros. En mi opinión, el problema no solo estriba en aceptar y decretar los proyectos a realizar, sino en la manera en cómo se van implementar. Hay que reflexionar con qué prácticas políticas, resistencias y perjuicios se van a enfrentar, de tal manera que también se planeen las estrategias para mediatizar tales prácticas y resistencias que impiden la realización de lo proyectado y que se mitiguen los perjuicios que pueden provocar los cambios por venir. No hay proyecto, por muy bueno que sea, que traiga todos los parabienes en una sociedad. Todas las medidas que adopta un gobierno tienen ventajas y desventajas, favorecen y mantienen contentos a ciertos sectores, pero también no producen los resultados deseados, perjudican y presentan inconformidades en otros. Por consiguiente, hay que tomar disposiciones alternativas que moderen los efectos perniciosos que pueda tener un proyecto a fin de no agredir los intereses de quienes pueden resultar afectados.

De lo que trata el juego de la política cuyo objetivo es llegar a un estatus de consenso entre los diversos intereses particulares y sociales, que se manifiestan en la sociedad a fin de lograr el bien común es de buscar estrategias y prácticas de cómo amainar la diversidad de posturas, las disensiones de ideas con objeto de lo que se proyecte riegue sus beneficios a la sociedad y tenga los mejores resultados en el bien común. Si esto no llega a conseguirse, sucederá lo mismo que nos pasa ahora cuando se leen las promesas de los republicanos del siglo XIX para convencer a la opinión pública de aceptar su proyecto de nación. Es decir, caeremos en la total incredulidad y desilusión.

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