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Desafíos para la búsqueda del nuevo ser nacional mexicano (segunda parte)

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

En la primera parte de este artículo, se expusieron las dos tendencias que prevalecieron en el siglo XIX en la búsqueda del México independiente por encontrar su ser nacional. Aunadas a estas dos alternativas de ser que marcó Edmundo O’Gorman: la monárquica y república central por un lado, y la república federal por otro, se dan otras dos vertientes con respecto a la actitud a tomar con la Iglesia mexicana, que durante la época virreinal, aunque estaba supeditada a la Corona, formó con ella una mancuerna política, para regular y regir a la sociedad. Una de estas corrientes era la de los que se autodenominaban: los “hombres del orden” o los “hombres de bien” y la otra era, la de los “hombres del progreso”.

Los “hombres de bien o del orden” deseaban el desarrollo de la nueva nación basándose en ciertas estructuras políticas y sociales del pasado colonial; es decir, deseaban mantener una conjunción de intereses entre el gobierno, el clero y el ejército, con objeto de aprovechar lo que ya había cimentado del pasado virreinal en la construcción del edificio social del México independiente, y así conseguir un desarrollo más ordenado que no implicara cambios que agredieran a la realidad social y cultural mexicana.
Ellos aspiraban a que el clero mexicano retomara la labor misionera que había tenido en el siglo XVI con las órdenes monásticas y en el siglo XVIII con los jesuitas y que ayudaran al gobierno a ilustrar y a desarrollar materialmente a la disímil sociedad mexicana, para que alcanzara los grados de modernidad e instrucción que tenían los países europeos occidentales. Esto implicaba aliarse con la Iglesia mexicana para formar el Estado-nación, lo que implicaba continuar con sus fueros y oficialmente con la religión católica como única. Algunos deseaban que el gobierno mexicano continuara con la prebenda del Patronato Real que había sido concedido por el Papa a los reyes católicos cuando se descubrió América, para sujetar a la Iglesia mexicana y ponerle límites cuando fuera necesario.

Los “hombres del progreso” aspiraban a un cambio más drástico en la sociedad. Ellos querían que se abandonaran los viejos hábitos y costumbres coloniales, desvinculando material y mentalmente a la sociedad de la influencia eclesiástica, burocrática y militar que se había heredado del pasado colonial. Su fin era teóricamente separar al Estado de la Iglesia, suprimir los fueros eclesiástico y militar, es decir, quitarle a estas dos corporaciones la facultad de tener tribunales propios para poder juzgar a sus miembros a fin de que la ley civil se convirtiera en la autoridad suprema de la sociedad, y se lograra la igualdad ante la ley entre todos los individuos que conformaban el Estado-nación mexicano.

La intención de los “hombres del progreso” era debilitar a las organizaciones corporativas como el clero, las cofradías, el ejército, que competían con el poder del Estado, a fin de que este fuera la autoridad suprema en toda la sociedad. Esta postura implicaba una ruptura a la forma de ser virreinal que se había heredado en el México independiente. Teóricamente buscaban la secularización o separación de Estado e Iglesia, porque en la práctica también como algunos “hombres de bien u orden” se querían quedar con la prebenda del Patronato Real.

Al iniciarse la vida independiente, la élite gubernamental e ilustrada conformada principalmente por los sectores altos y medios de la sociedad era partícipe de todas estas vertientes de pensamiento. Aunque estas posturas políticas ya se habían difundido entre 1821 y 1850, los partidos que comúnmente conocemos como conservadores y liberales, los primeros tendientes a la república central y a la monarquía, y los segundos, a la república federal, aún no se definían, ni existían bajo esas categorías en las personas que luchaban entre sí por sacar adelante un proyecto de nación. Durante la primera mitad del siglo XIX se dio un mosaico de combinaciones entre estas cuatro corrientes de pensamiento, donde se dieron alianzas y rupturas. Las personas de la élite gubernamental generalmente no pertenecieron a determinada postura política, sino fueron cambiando de banderas políticas según sus intereses, sus conveniencias del momento y sus vivencias, mismas que moldearon la madurez de sus pensamientos políticos. No es hasta 1849, después de la guerra contra Estados Unidos, es decir, en la segunda mitad del siglo XIX que se definen lo que comúnmente conocemos como los partidos conservador y liberal. Primero el conservador en 1849 y por confrontación a este, para 1850, el liberal, que estuvo dividido en liberales ‘moderados’ y liberales radicales o ‘puros’.

Por consiguiente, en la primera mitad del siglo XIX, existía toda una serie de combinaciones: republicanos centralistas proclericales, anticlericales centralistas, proclericales federalistas, monárquicos a favor del clero y en contra del clero, reformistas del clero radicales y moderados. Todos estos estaban divididos en los “hombres de bien o del orden” que generalmente eran los que estaban a favor de una república central y de tomar actitudes moderadas con el clero o aliarse con él, y los “hombres del progreso” que supuestamente eran los que estaban a favor de la reforma anticlerical y del federalismo. Sin embargo, esta división no deja de ser una esquematización para comprender mejor la realidad, ya que esta rebasaba esta división debido a que hubo personajes que eran la excepción de la regla o no encajaban dentro de esta esquematización.

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